Acuartelado y doméstico,
de compañía arisca de felino
en ronroneo discreto,
condescendiente,
más temeroso que heroico,
más paciente en lo resignado,
se recreaba en ocasiones mutando
hacia lo ofidio,
ahora que le daba igual
y reptaba en la observancia
de las evoluciones de la fauna ilustrada
en sus rituales,
los que musicaban el nuevo ecosistema.
El hombre de centeno,
rupestre por pereza,
ilustró las bóvedas de su caverna con rostros,
a mano alzada de criminal convicto,
por aprender labores que nunca ejercería
y gastar segundos de tiempo regalado.
Nunca estuvo solo,
padecido es en el aspaviento del cereal mudo,
con la ternura justa para afrontar los cierzos,
la más que justa y dudosamente merecida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente si quiere que se publicará si me place.