Llega un día en que uno ya lleva los paisajes dentro,
como petate de cualquier viaje a ninguna parte,
y los repinta a modo
aunque qué más dará.
No será el paisaje el que nos salve
aunque quizá sí la tentativa
de salvarlo sea labor urgente que lo procure.
Son estas tardes sobresaturadas
de intolerancias sin diagnóstico
las más propicias para la travesura
de fantasear a ventana abierta
cuando ahí fuera se teje la maraña
donde los insectos se adhieren inquebrantables
con efecto llamada para los fenecibles.
Llega un día en que uno ya confunde paisaje con historia,
contexto con figura
y el amor que no es no es si no pasa.
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