Yo vi el destello de la daga
mientras dormíais vuestras noches de jengibre,
ajenos a los vertederos que cantabais
en escala menor,
dignos hijos de los juglares.
Porque existen los rincones
y las vueltas de esquina a voz en grito,
los viaductos definitivos
y los abismos domésticos.
Vi el estampido y el silencio blanco,
el silencio negro y el silencio,
el silencio que se impregna agridulce
en la hebra.
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