Tanto cabalgaron la epopeya,
erguidos bajo los diluvios de saetas
o impasibles ante el plomo de avancarga
que les barría por turno.
Tanto terrón rompieron a espalda partida,
tanto mordieron la tierra y sus minerales
alzando el puño ante el casco y la herradura,
empuñando fusiles por sueños usurpados,
penando en los presidios o viviendo en lo humilde
y callado,
llevando pan del día a la cocina siempre gélida
entre la carencia y el miedo,
que ahora mueren en excursiones completas a diario,
en expediciones sin subvencionar,
como si fuera justiprecio.
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