En verdad os diría que nací como con prisa,
mínimo y arrugado,
sin gestar lo suficiente para este mundo áspero.
Me crié donde jugar era violencia,
cuando estudiar era violencia,
en casa en donde estar era violencia.
En esa época en que no había nombres en inglés
para los sucesos cotidianos.
En verdad os digo que fui armado
a calles en que se mataba
por ser,
por parecer,
por convenir.
Tierra de violencia anclada en raíces
de mezquindades centenarias.
Luego la metrópoli,
gravitatoria y cruenta,
amable a ratos y
a ramalazos lesiva.
Multicultural y confusa
de tensiones no resueltas.
Dónde Cibeles mira hacia delante
y los leones dudan.
Supe de amores que adulteré,
de desamores estruendosos,
de paternidad en el Norte,
linchamiento de jauría
de meta anfetamina ahíta
y muerte al ras del cuello.
Y en verdad reitero
que me reafirmo en día a día,
sorteando aceras
y cosechando cañas
a verso suelto.
Me iré y no sé cómo,
sin ruido a ser posible
que prefiero la sorpresa
al progresivo declive.
Y no me despediré en tiempo y forma,
probablemente.