Cierto es que uno muere,
uno muere cada noche,
varias veces,
no se crean,
entre el sueño y el duermevela
uno muere y vive a cada rato.
Cierto es que desde que nace uno,
uno muere,
uno muere a cada rato,
joder,
que ya lo dije,
lo del rato,
digo.
Pero ahora uno muere
y vive en lo asumido.
En la caña y el esputo
y nunca sabe en qué quedará el contrapunto.
Uno, mientras caga estas palabras,
muere,
muere y vive en la irreverencia.
Igual es que llevo muriendo demasiado tiempo,
de niño ya,
cuando el hijo de puta volteaba la llave de la amargura
de aquella casa del terror donde Mamá temblaba.
Igual es que llevo muerto todo el tiempo en aquel coche
volado en odio con mi amigo,
aquel coche que tripulé y quizá no salí de él cuando el estallido,
cuando reventaron la vida a mitad de quien nunca odió.
Puede ser que muriera en la Gran Vía,
revolcado con violentos usurpadores de pensiones recién cobradas,
prestos a la daga y la mojada en los tejidos de los necios.
También podría haber sido menos épico,
y muerto sería en el exceso,
que también hubo.
Muerto sería en más de un poema,
de hospital de degüello,
reincidente en lo letal que no me abandona.
Pero qué os importa.
Muerto soy.
Soy hoy, o mañana o a este minuto.
Porque muerto me sé.
Lo único que me sé.
Mañana también si sobrevivo.