No pidas, por Dios, que sonría por Dios ni por el Cielo que no le acoge
ni por los unicornios azules que no perdí ni ayer ni nunca
pues nunca tuve unicornios ni afán por criarlos.
No me pidas que cante tus alabanzas que voz no tengo
ni que bienaventurado sea por lo ya padecido y por padecer
que a bien tuviera el azar enviarme en este tiempo de avalancha
de poner la otra mejilla a cada poco sin opción a la réplica.
No me pidas desde tu sonrisa impecable la ovación y la esperanza
enmascarada en higiénico y a la distancia recomendada
de mi gente en sus males que se añaden y que en soledad se desvalen
y se desvelan casi sin noticias de los inmovilizados.
No pidas más que nada tengo
más que el leve aliento en precario
en precarios días de gente precaria
que se mueve precaria entre el miedo
y las cifras de los cadáveres entubados
en tiempos de hambres por venir
y sobrevenidas que nadie solventa
en lista de espera telemática
mientras vosotros relumbráis en multipantalla.
Y a los otros que no me pidan tras las banderas
que desfile en sus falacias de arengas cuarteleras
para que reverencie reyes emputecidos y sotanas pederastas
por mor del privilegio heredado del botín criminal
de guerras mal resueltas.
No me pidan,
que hoy nadie me pida más
en mi encarnadura y mi incertidumbre
de la única certeza que tengo en lo que me compete
y los miedos que atenazan a los aledaños.
Bien ejercí de resiliente y residente y paciente obediente
que a todo asiente y empatizante
y cargante de buen talante mirando alante,
mirando arriba,
mirando abajo
por los pasillos,
por los paseos,
por el trayecto,
mirando al fin.
Dejadme pues que pierda la buena hechura
y la compostura
por algún día
que pueda haber.