entre la cocina y el baño,
en una batalla cruenta de sueños extraviados,
húmedos de llovizna y charco,
los que habitaban mis bolsillos recién vueltos.
Me parapeto a veces tras la camisa arrugada,
la que nunca puedo planchar
porque el vapor la rellena de cadáver propicio,
y sorteo el plomo que se desliza
por las paredes abiertas,
entre tuberías.
Mujeres cuarteadas de yeso dicen mi nombre
a media voz
y recuerdo aquellas noches plegables
donde guardé todos los viajes.
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