Sobre mi lomo de lobo viejo
llevé a Caperucita a través del bosque
huyendo de aquel marido leñador,
rumbo al velatorio de la abuela desahuciada.
Me amó,
sé que me amó con amor de matorral,
amor espinoso de monte bajo,
aromático de lavandas.
Me amó pero no me quiso
pues mi cantar era el aullido
y volvió a los leños bien cortados
de la chimenea estable del cornudo.
Sobre mi lomo herido de lobo en batida
comen los gorriones de mi carne aperdigonada
y ella ya voló de la chimenea,
furtiva y vieja,
como una jineta resabiada,
espiando mi paso moribundo
entre los tomillos.
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