el que nos dejó al roce la advertencia,
esas rocas errantes, como carteros de largo recorrido,
a los que atribuimos anuncios solemnes
y tragedias finalistas.
Bien pudiera habernos dejado
el regulador definitivo,
el equilibrante,
el ubicador,
el disolvente de la soberbia
por mor de mantenernos
en nuestra justa medida,
que no es la de todas las cosas
por más que les pongamos nombre
y de ellas idea tengamos.
Bien pudiera ser que bajáramos muy rápido de las ramas,
en unos pocos millones de años nos pretendiéramos
amos de todo lo visto y lo supuesto,
universo conocido, iluminado,
y de lo oscuro también por la tendencia.
Qué mejor que la criba,
el tamizado,
el aclarar la broza,
el regular la plaga
y descargar un poco el lastre
de este aerostático globo
que navegó Cyrano entre versos pretenciosos.
No creáis que hay hacedor justiciero
que decida esta sentencia,
que es la física y su tendencia a equilibrar las radiaciones
o a establecer otro caos de partículas erráticas.
Bien pudiera ser que no nos hiciéramos más falta
que nosotros mismos
para matarnos a besos contagiosos,
en el mejor de los casos,
a la vez que empuñamos las alabardas
por dar épica a la muerte necesaria,
esa que no asumimos
pero bien que procuramos.
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