de todos los besos perdidos 
mientras la música abraza con tesón 
las almas rotas. 
El feo busca la tumba y la campana  estalla 
premonitoria de cualquier muerte posible. 
El oboe de Gabriel se derrama en la selva 
mientras el esclavista purga las culpas, 
absuelto por la voz de cristal 
de un niño sonriente, 
puro y salvaje. 
Una batuta de luz pincela los fotogramas 
para dar temblor a las pieles. 
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