Qué  contarte de entonces,
 cuando las cerraduras
 inmisericordes
 cantaban de madrugada
 arias  de pánico.
 Qué  decirte del miedo
 y la  rabia impotente
 de  inerme testigo,
 amordazado
 de  confusiones.
 Cómo  explicarte el odio,
 el  anhelo de orfandad,
 de lo  normal,
 lo no  anómalo
 como  sueño.
 Mejor  no hablar
 del  gris,
 el  gris perpetuo,
 impregnado
 e  indeleble,
 de  sabor acre
 regurgitado a veces
 por  la memoria.
 Quizá  por eso
 veas  en mí
 lo  pardo,
  a veces.
 Quizá  quede la mancha,
 o el  hedor rancio
 de  vuelos frustrados.
 No  sepas tú
 de  esos dolores
 y  ríe,
 que  tengo azules
 para  que heredes,
 y  festivales de rosas,
 y  cantos
 tras  mi ceño
 en  falla tectónica
 de  mil terremotos.
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