Por qué recrearse
en la borrasca,
en nublar los soles
con mantones grises
cual si el sol
de la risa ardiendo
hiciera daño
al transcurrir.
Para qué la nube
que torna las palabras
caídas del bolsillo
en rayo de incendio.
Para qué afectarse
y no caminar descalzo
sobre la caricia.
Por qué atesorar
reproche
y no sembrarlo
en maceta de olvido
para que afloren
margaritas de día nuevo,
estrenado.
Por qué dar vueltas
al gesto inoportuno,
marearlo en tiovivos
de música distorsionada
que fuerza el vómito.
Vivir,
vivir sin ornamento,
sin guión correcto
y cruzar las charcas
con brío de alazán
buscando la pradera.
Para qué especulamos,
adivinamos erráticos
desganas
o deseos ajenos
para forjar tragedia.
Quitarse la coraza,
la máscara del peatón
taciturno de acera húmeda,
y carcajear a labio desplegado
para el beso oportuno,
siempre escaso.
y recorrerte peregrino
y estable,
y apartar nieblas
a mandoble fiero
si aparecen obstinadas.
viernes, 22 de octubre de 2010
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