Creo que llegué a esa planta
del edificio vital que levantamos
en la que anida la duda.
Los cuadros son estampas barnizadas,
las ventanas plasmas que transmiten
infografías en alta definición.
Aprendí a cazar
volátiles palabras en falsete,
iluminadas de mirada huidiza.
Detecto el sermón
y las cartas a los corintios
que nos sirven de menú obligado.
Dejé cadáveres de dioses
en cada descansillo
buscando la razón,
asesinando la fe que ciega.
Maté los mitos,
anestesias sucedáneas
disfrazadas de realidad
pero forjadas en altares.
Y ahora dudo de la idea
que se corrompe en doctrina
mientras el contexto la desecha
y el abanderado la traiciona
en nombre de la praxis.
Y también topo
con baratija en los afectos,
las lealtades ensayadas,
la fraternal palmada
de piel de ortiga.
No sé si es madurez
la planta en la que habito,
pero es creciente
el ansia por la fractura
de las vidrieras empañadas.
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