En el último incendio
ardieron las notas furtivas
a aquella niña de quinto.
Un viento gélido
barrió las cenizas
de aquel amor torpe
que me hizo escribir poemas
a sabiendas del ridículo
y la burla cruel del patio.
Compuse canción de oído,
melódica de los setenta,
con letra almibarada
de nombre repetido.
Temeroso de un Dios
inoculado a pánico de llamas,
rezaba en vano en duermevela.
En el último incendio
ardió el catecismo
y los pecados confesos.
Sigo escribiendo notas
pero no furtiveo.
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