Días extraños
en los que el ceño,
pesado y denso,
cubre el rostro
huérfano de luz.
Los huesos
tibios,
a fuego lento cocinados,
parecen ajenos,
torpes.
La palabra,
acobardada,
se oculta
en la evasiva,
en el estruendo
del silencio
que anuda
esófago,
cerrando fronteras
ante el alimento.
Hay pánico
colgado en los instantes,
pánico al suceso
familiar,
repetido,
aprendido
a rima consonante.
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