miércoles, 14 de octubre de 2015

CONFESIONES DE ANDAR POR CASA.

Emborroné los papeles,
los que pierdo a cada poco
con los versos sin laureles
que se leen como de reojo,
con prudente desconfianza,
pues, viniendo de quien vienen,
no procede la alianza
con el truhán que los sostiene.
Porque no es más que vertedero
de sobrantes de esta mente,
terapia de sumidero
de alivio fresco y urgente.
Y podré escribir un día
que las gaviotas me acunan,
que el rosal me desafía
y me refugio en la luna
para escapar del jinete
del gran mandoble de hielo,
con el que se abren los cielos
y se convoca al piquete
de ángeles desahuciados
que se amputaron las alas,
tras arrasar todas las salas
de un Vaticano sitiado.
También escribir pudiera
que tu pelo es mi sostén,
que me libra de la fiera
fugitiva del andén
de la estación de tu boca,
de los regueros salvajes
de los muslos del ultraje,
y mi embestida más loca.
Como ven todo es estafa,
un aria vana en falsete,
delirios tras unas gafas
de un rapsoda petimetre.



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