precipitado en vértigo,
tomé conciencia de lo gris
que ocupa los días,
y de algún anaranjado tenue
cuando la mañana se establece.
Temí la caída de la hoja
de los árboles sonámbulos
que pueblan la avenida
y vi el colapso
de las palomas suicidas.
Instalar la mejilla
en cojín de apego
y soñar con los vuelos
sobre las ciudades perdidas.
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