y las guardé en el cajón
de los sueños blancos,
al lado de los pañuelos
de las lágrimas perdidas.
Descolgué una camisa
de hilo de opinión planchada
y como un guante
se adaptó a mi coyuntura.
Salí a la calle inmune,
impune de impugnaciones
y la lluvia leve refrescó
mi encarnadura,
dándome bríos para ignorar la tarde.
En los bares ruído
de cafés a gritos
y el vacío
de no querer nada.
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