Aquel imbécil le llevó un ramo de rosas,
enamorado y cándido de melazas,
y tuvo que asistir a como masticaba los tallos y las espinas
para vomitar polillas negras de sangre pútrida
que acabaron anidando en sus axilas de enfermo terminal.
Aquel imbécil no murió entonces,
se curó de las mariposas oscuras
y cambió al jazmín como ofrenda,
más vegetal y digestivo,
por aquello de los contagios.
Ella sonrió ante el ramo
y le descarnó el cuello de una dentellada de loba con camada.
Aquel imbécil libró,
dejó crecer las flores en las orillas
y canta por las tabernas tangos de absenta
a la espera de los puñales que siempre reclamó.
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