en las doradas hojas crujientes del sendero que se me adjudique
para recorrer el hayedo de los extravíos,
ya sin mascarilla y tibio de sol entre ramas.
Tendría que ir pensando lo que está pensado,
limpiar un poco por encima los contextos,
por adecentar,
como las madres aconsejan,
y un bocadillo leve y amable en la mochila peregrina.
Firmar un tronco de árbol ya muerto
como si un hito fuera en un espacio
de ningún tiempo.
Tendría que ir pensando para nada,
para internarme en la espesura más llevadera,
sin gesta andante,
coleccionando luciérnagas y liberándolas al paso.
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