Y tras eternidades de miedo,
tras el no saber por qué ni para qué
las precauciones,
tras tanto todo las humedades,
las de siempre y de poca frecuencia,
las que nos llenan y nos vacían
de la esencia que nos sostiene.
El sudarse encima,
el saberse,
el tenerse dentro,
fuera,
el derramarse,
el sembrarse en nada,
en todo,
en los candores y las ansias
que el pavor nos amputaba.
La muerte está ahí,
cercana siempre al roce,
pero habrá recuerdo de mieles derramadas.
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