Cansado despertó,
como siempre últimamente,
el hombre de centeno
en el sofá de cine clásico
televisado en plataforma.
Se reubicó en el espacio tiempo
y le llegó el sabor amargo
de las vivencias torpes.
Las preguntas manidas
del porqué y para qué,
las que se lanzan al cielo
vacío de gorriones.
El hombre de centeno
se lavó el cereal rostro
y sonrió al espejo.
“Si no te quieres tú...”,
le dijo el reflejo
con gesto amable.
Y así salió a la calle
de los viajeros de cercanías
y los yonkis habituales,
bebiendo el último aire
de un marzo paliativo,
cantando mentalmente
un aria de Tosca
y saludando a los árboles
al paso.
Era viernes
para el hombre de centeno
y se impregnó de música,
sorteando ancianos
de tergal brillante.
como siempre últimamente,
el hombre de centeno
en el sofá de cine clásico
televisado en plataforma.
Se reubicó en el espacio tiempo
y le llegó el sabor amargo
de las vivencias torpes.
Las preguntas manidas
del porqué y para qué,
las que se lanzan al cielo
vacío de gorriones.
El hombre de centeno
se lavó el cereal rostro
y sonrió al espejo.
“Si no te quieres tú...”,
le dijo el reflejo
con gesto amable.
Y así salió a la calle
de los viajeros de cercanías
y los yonkis habituales,
bebiendo el último aire
de un marzo paliativo,
cantando mentalmente
un aria de Tosca
y saludando a los árboles
al paso.
Era viernes
para el hombre de centeno
y se impregnó de música,
sorteando ancianos
de tergal brillante.
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