Quién adivina las corrientes
de sus arroyos de plata,
de remolinos urgentes
donde mis sedes se matan.
Quién rige toda su brisa,
la miel de eternos rocíos,
las lunas de su sonrisa,
su fiel y libre albedrío.
Y es todo mío
por real decreto,
firmado en secreto
con agua de río.
Y es mi ganancia,
mi beneficio,
y no es sacrificio
robar su fragancia.
Ahora salto las fronteras
de sus regiones de piel,
expoliando las canteras
de minerales de miel.
Yo le ocupo el territorio
y sus límites yo cerco,
ubicando el consistorio
en la plaza más al centro.
lunes, 24 de mayo de 2010
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