Érase que se era,
en el tiempo de los poetas gratuitos,
un imbécil almibarado
con pose de maldito
y verso hueco.
Un imbécil nada inocuo,
nocivo a sabiendas
y propenso a lo ofensivo.
Imbécil doctorado
en cojonerismo de mosca,
zángano de supuesta buena cuna
y abuela planchadora de gayumbos.
Abofeteable a cada poco,
cualitativamente idóneo
para el guantazo terapéutico,
como algo prodigioso.
Érase que se era
un intelectual de mal pelaje,
torvo y llorica,
consentido niñato
de cráneo vano.
Bueno será
que no nos frecuentemos,
ni siquiera en coincidencia.
Que nuestros caminos diverjan
aunque ningún mal le deseo,
bien tampoco
pero sin acritud,
no se crea.
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