Afán incandescente
tenemos en la fricción
de las pieles tibias,
constelándonos en el estallido
de los planetas que alineamos.
Descompuestos en átomos
que reagrupamos tras el jadeo,
siempre en ascenso,
tendiendo entre sábanas
escaleras soberbias
hacia cualquier olimpo.
Dame el ámbar primitivo
que fundiré con mi fiebre arcana
y moldearé ídolos blasfemos
en ofrenda a tus altares.
Esta comunión salvaje,
de pan de cuerpo
y vino de boca,
se consagra en el ansia
que nos mata
y nos resucita,
mientras se expande este universo
por un lecho alado.
No hay conciencia
cuando la condena es cierta,
vuela con mi sangre pasajera
y muramos otro día.
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