atrapando mercaderes
de sueños en alcaloide,
perdí un ala en alguna refriega
de ángeles desencantados.
Ahora vuelo a medias
y tropiezo con los resucitados
de la heroína más sucia,
multiplicados y omnipresentes
en las calles moribundas
de la ciudad de paso.
Los niños juegan al grito
y las madres a la lluvia,
escupiéndose en los parques
cuando procede la reyerta
de los cachorros dementes.
Patos lapidados
en charca de patíbulo
y alguna mujer llora
su próxima muerte
que alguien negará.
A veces nos salva la música,
la palabra hablada,
la escrita y algún roce,
algo de piel que nos redima
de este pecado nada original.
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