Hay susurros en los recovecos
de esta casa tan usada,
susurros que se desechan
y arraigan en el polvo,
creciendo y mutando
en frases de tallo alto
que no se dirán nunca.
Pestañean las ventanas
levemente,
guiñándose entre bloques
de cautivos pisos
en este confín del Universo.
Desayunamos ruidos
untados del hastío
de lo inmutable.
Las horas caen
como maduros frutos
de un tiempo incierto
y en la pantalla predican
leyendo cartas a los efesios.
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