Las palabras repetidas,
con monótona y alevosa insistencia,
van ganando peso al arrastrarse
en el resentimiento
y duelen más,
mucho más
cuando golpean.
Al tensar el vocablo,
estirándolo con furia,
como arma primitiva,
se agrieta en el sentido
y al romper,
fustiga el ánimo
estallando en el rostro,
como bofetada del revés.
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