en las aceras del deshielo,
mejor ni reconocerse y alegar despiste
o ceder finalmente con algún cabeceo de rapaz nocturna.
O negación o espanto,
así parece que optamos sobre lo sobrevenido
a sabiendas de lo laberíntico que nos intrinca.
Con la mirada colgante
desde la barandilla de un balcón homologado,
higiénico o relavable,
la calle empieza a ser accidente.
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